01 mayo 2022

DREAM BREAKER


Mucho he tardado en escribir esta reseña, pero no ha sido por falta de tiempo para escribirla, sino por falta de tiempo para haber leído antes esta obra. Tras sacar del armario el cilicio y autoflagelarme, paso a hablaros de Dream Breaker, de Fernando Llor y Fran P. Lobato.

Como siempre, vamos a empezar por el principio, no dando por hecho que todo el que lea esta reseña sepa de qué va Dream Breaker. Como ya hice con Progenie, mi última visita por estos lares, me ciño a la sinopsis que el sello Sallybooks, responsable de la edición de este cómic, hace en su página web:
"Eri de Dunbar regresa a su castillo solo para verlo arder. Radulf, un poderoso mago de sangre, ha asesinado a su familia y ha instaurado un nuevo sistema en todo el Reino de Alba en el que los hechiceros ostentan todo el poder. Llevada por una total desesperación, Eri recurre a un oscuro ritual: invoca a Arioch, príncipe del Infierno, y trata de vincularlo a una espada para someterlo a sus deseos. Pero no funciona como debería. El demonio entra en la espada y crea uno de los artefactos mágicos más poderosos, la DREAMBREAKER, pero a cambio irá consumiendo la vida de su portadora hasta eliminarla del todo. Eri cuenta con unos pocos días para ganarse el derecho de poder desafiar al Hechicero Supremo, derrotarle y vengar así al fin a los suyos."
Dream Breaker es hija del Elric de Melniboné de Moorcock y el Excalibur de John Boorman, como el propio Fernando se encarga de avisar en sus dedicatorias. Y en este punto de arranque quiero incidir nuevamente en algo que mencioné en la reseña de Progenie. Allí decía que hay que partir de la base de que todo está inventado. Y es así por mucho que siga habiendo algunos autores que se empeñan en vender humo... el suyo y el de sus amiguetes. ¿Por qué vuelvo con esto? Porque el verdadero valor con que pienso que hay que calibrar el trabajo de un guionista está en cómo combina todos los referentes que quiere meter en su historia, para hacerla única a base de, precisamente, saber cómo mezclarlos. Bueno, eso, y el hecho de tener un bagaje cultural amplio que ponga a tu disposición el mayor número de referentes posible para no contar siempre la misma historia (que también hay casos así). Los guionistas no somos artistas como nuestros compañeros dibujantes, entintadores o coloristas. Nosotros somos más alquimistas. O al menos así lo entiendo yo, tanto mi trabajo, como el de gente como Fernando, del que puedo decir sin temor a equivocarme que es uno de los tíos que mejor saben hacer esto. Dream Breaker es un perfecto ejemplo de la perorata que me estoy marcando, porque consigue tocar esa tecla de mi memoria y que vuelva a escenarios donde he pasado grandes momentos: la saga de Elric es posiblemente de lo que más veces haya releído en cuanto a literatura fantástica se refiere, y con Excalibur pasa tres cuartos de lo mismo en cine, no ha habido ni habrá un mejor acercamiento a la leyenda artúrica que el de Boorman. Pero al mismo tiempo que logra eso, también brinda una historia única que consigue entretener (fundamental) y que no levante la vista hasta la última página. Esa última página que no por esperada, deja de ser la caída de telón perfecta.

Por su lado, el arte de Fran P. Lobato es bestial. Si bien es cierto que la historia pergeñada por Fernando es un excelente vehículo para que luzca todo su talento, cada página de Dream Breaker es un disfrute para la vista. Esos personajes de brazos interminables, con rostros que rezuman siempre expresividad, o las composiciones que hace en algunas secuencias (el pacto con Arioch, la traición de Geillis, la lucha final...). Y si algo hay que destacar del conjunto, que funciona como un reloj, es el color. El color es un personaje más de Dream Breaker. Cualquiera que me conozca, sabe que soy un enamorado del blanco y negro, pero ante el despliegue cromático que uno se va encontrando a medida que Eri de Dunbar avanza en su camino de venganza, solo queda tener un pañuelo cerca para irse limpiando la baba. En ese sentido me recuerda, y eso no implica que lo pueda tener como referente, puesto que son coetáneos, al italiano Simone d'Armini, del que reseñé hace unos años El rey araña (Grafito Editorial). Por cierto, este trabajo del lucroniense no ha pasado desapercibido a ojos de compañeros, crítica y lectores, ya que la recompensa le ha llegado en forma de nominación a Autor/a revelación de los inminentes premios en Comic Barcelona. No seré yo el que diga que el resto de los nominados no merezca llevarse el gato al agua, pero Fran ha hecho méritos de sobra aquí para que el galardón lleve su nombre.

Por último, ya os hablé de la edición nueva de Sallybooks para esta línea destinada a un público más adulto, con un tamaño más pequeño pero más voluminoso. Especial atención a una galería de extras que en vez de tener las habituales ilustraciones de otros autores, tiene un variopinto conjunto de regalos curiosos: un mapa del Reino del Alba, fundamental en este género de relatos, una partitura dedicada a la figura de Eri de Dunbar, un manuscrito con el estilo de los escribanos medievales, e incluso textos que no son accesorios para engordar el tomo, sino que ayudan a entender la sublevación de los magos en el entorno donde se cuenta este Dream Breaker. A eso hay que añadirle un brillante epílogo de Albert Monteys que tiene una frase que me ha encantado para poner la rúbrica a esta reseña.
"Las viejas historias, contadas con voces nuevas, siguen maravillando."

- Albert Monteys -

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